AL JUNKIE SE LE APARECIÓ JESUCRISTO EN EL CINE CHAPLIN



Jeringa en mano se palpó el brazo izquierdo buscándose las venas,  se golpeó con dos dedos el rastro azul debajo de la piel y cerró el puño para picarse. De la punta de la aguja brotó placer matutino instantáneo. En el buró yacían botes medio llenos de quaalude, valium y ritalina, barbitúricos y speeds, que mezclados serían un cóctel vasto para matarse en un rato.

El guión de la fotonovela enfatizaba una atmósfera decadente matizada por claroscuros que se lograban cerrando las persianas. Para hacer más delirante la escena escuchábamos a todo volumen Never Mind The Bollocks de los Sex Pistols evocando la creencia nihilista de Sid Vicious que se vive rápido y se muere joven.

El set era la recamara de un departamento en Tlatelolco, la morada familiar de Santiago, estudiante de cine. El trabajo: una fotonovela con diapositivas cuyo argumento narraba la alucinación de un junkie en la que se le aparecía Jesucristo para advertirle de las consecuencias de su vicio.

La fotonovela se desarrollaba en dos locaciones: el interior del mencionado cuarto y la acera frente al cine Chaplin, no había story board, pero Santiago tenía en la memoria ideas precisas de los ángulos requeridos y del manejo de cámaras.

El papel del junkie lo desempeñaba Mario, estudiante de leyes; el rol de Jesucristo lo personificaba yo, estudiante de letras; además participaban de fotógrafos diligentes Tonatiuh y Ramiro, también estudiantes de cine que constituían el equipo de realización.

Mario le dio vida al junkie, se tomó muy en serio el método interpretativo stanislavskiano sin haber actuado nunca, su memoria emocional la había adquirido de ver a los punks marginados en El Chopo con sus pelos de mohicano y cuando salimos a la calle la gente lo esquivaba e incluso desviaba la mirada evitando encontrarse con un sujeto tan repulsivo.

Al junkie se le apareció Jesucristo en el cine Chaplin con un mensaje admonitorio extraño: una señal de detenerse con el brazo en alto como si estuviera parando el tráfico del Paseo de la Reforma. Dicen que mi personaje parecía haber escapado de algún baño sauna de la Peralvillo, una túnica blanca medio me cubría el cuerpo y una barba de tres días me empezaba a poblar la cara. No tenía rasgos de palestino ni mucho menos de judío para hacer verosímil el papel.

Una buena cantidad de curiosos se juntaron fascinados para ver qué hacíamos. Entre el junkie casi real y el Jesucristo caricatura se monopolizaban las interrogantes y las miradas. Terminamos casi al crepúsculo. No faltó quién preguntara la fecha de la premier del experimento estudiantil. 

La fotonovela fue un éxito inesperado en la escuela de cine: reunió la mejor dirección, fotografía, guión, realización y actuación principal pero también al peor histrión secundario por lo que fui nominado y ganador del Pavo Dorado por mi nula capacidad plástica y actoral.

Ese día fue memorable a pesar de la asoleada y el ridículo.

Gabriel Otero




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