UN INCIPIENTE ACTOR DE COMERCIALES

En 1973, setentaicinco colones simbolizaban una real fortuna para un niño de siete años, cifra con la que se adquirían variedad de cosas y que podía ser el salario de un mes de cualquier oficinista. Setentaicinco colones me pagaron por protagonizar un anuncio de Kleenex, los pañuelos desechables maravillosos que servían para cualquier apuro como “sacarle los mocos a Otero”, estribillo que inventaron mis compañeros de clase carcomidos por la envidia o por la simple y llana gana de joder de verme en horarios televisivos familiares. El comercial consistía en que pintara con pinceles en un lienzo y luego les limpiara las cerdas, no entendía cómo podía utilizarse un kleenex para esos efectos con pintura de aceite, ineficacia comprobada mediante el método científico tras horas y horas de perfeccionismo visual en el estudio y de que los benditos pañuelos se quedaran pegados en los dedos, hasta que a alguien se le ocurrió utilizar pintura de agua y...