PEDACITOS DE LA LUNA (Primera parte)



PALABRA DE CÍCLOPE






1991

Vestían de hadas, mariposas o luciérnagas: leotardo, mallas, falda de crinolina blanca y zapatillas de ballet, se veían divinas, cualquiera alunizaría de inmediato en el lado oscuro del Pabellón de las Artes solo para fisgonearlas a placer.

Ellas eran las selenitas del Bar Café La Luna: Verónica Vides, Camila Sol y Beatriz Alcaine, quienes además de atractivas eran artistas, en toda la extensión de la palabra, porque el adjetivo ha sido secuestrado, desde hace tiempo, por actricitas y actorcitos con el ego televisivo exacerbado, como si cualquier actuación por su sólo hecho de existir debiese ser considerado arte.

Algunas de las hadas con alas de mariposa o luciérnagas con varitas mágicas de hada regresaban del exilio, me las presentó Horacio Castellanos Moya, el entrañable y polémico encantador de palabras y serpientes, quien por esos días tendría un par de años de haber publicado su novela “La diáspora”, ficción interpretada como verdadera por algunas cofradías de izquierda y cuya lectura significaba una bomba de proporciones épicas que estallaría sobre la pregonada e intachable moral revolucionaria.

Ahí estábamos en un salón en forma de L en el que no cabían más de diez mesas, sin saber, habíamos asistido al nacimiento de un suceso: La Luna iría navegando los nueve cielos.

El del Pabellón de las Artes fue el primer local de La Luna, aunque  su esplendor se gozó en el de la colonia Buenos Aires, el Bar Café un concepto novedoso de palabras y de imágenes en San Salvador, era algo así como un manicomio dirigido por los locos donde eran posibles cualesquiera de las sinestesias.

Ese ánimo burlón que permeaba La Luna era algo que compartíamos en otras iniciativas jamás vistas, eran los meses finales de 1991 y en el suplemento cultural Tres Mil recién publicábamos un número de caricatura política: “El Pravda-Times”, reproducido de “La Jornada” de México, que era una carcajada  a la solemnidad del comunismo y al fallido golpe de estado contra Mikhail Gorbachev en la Unión Soviética pero que en El Salvador representaba algo más que mentarle la madre a los sectores recalcitrantes.   

Se avecinaba el fin de la guerra y La Luna instalada en su sitio definitivo se convertiría en erial de la creatividad, el ligue y la imaginación.

GABRIEL OTERO

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