LA CIUDAD FANTASMA

Ángel de la Independencia, fotografía de Meghan Preston

El cine y la televisión nos han vendido la idea de la ciudad fantasma como una urbe completamente vacía, de gente y de vehículos, con un tenue y romántico viento removiendo la basura. Una imagen que se podría considerar bella.
Falso.

Ahora ya sé cómo es una ciudad fantasma. La de México es una en estos días.

Una ciudad fantasma de verdad, ahora lo sé, sólo economiza en su vida diaria. Hace lo mismo, pero con menos personas (un día normal en el periférico es una locura de tránsito vehicular y peatonal, ruido y contaminación. En estos días parece un retiro de montaña). Y esas pocas personas van y vienen atendiendo sus asuntos, pero con miedo.

Una ciudad fantasma está habitada por el miedo. Los capitalinos (supongo que en el resto del país ocurre lo mismo) le tememos a la influenza humana, ex influenza porcina.

Una ciudad fantasma está habitada por medias caras azules, las caras agazapadas tras los tapabocas. Me pregunto qué caso tiene usar ese diminuto pedazo de tela delgadísima sobre la boca y la nariz, si ya nos dijeron que el contagio se da con las manos (un detalle pintoresco provee la típica nota del proverbial sentido del humor de los mexicanos: la decoración de tapabocas. Si es menester usarlos, al menos decorémoslos: una sonrisa por acá, una cicatriz en la mejilla por allá, una dentadura chimuela acullá... un poco de chunga en medio del desconcierto).

Una ciudad fantasma vive con desconfianza. Desconfiamos unos de otros; los ojos que fisgonean por arriba de los tapabocas miran al prójimo sin disimular el recelo. Parecen haber juzgado y condenado ya como potenciales enfermos contagiosos a la mujer que viaja a un lado, en el metro, o al estudiante con el que se cruzan en la calle. Y la desconfianza tiene la mala costumbre de brincar límites, fronteras y océanos.

En casi todo el país se desconfía de los chilangos (capitalinos, habitantes de la ciudad de México), como si el virus maldito fuera invento nuestro; ni en Acapulco somos bienvenidos. En el extranjero se desconfía de los mexicanos, a pesar de que los contagios y las muertes no son exclusivos de estas tierras. Cynthia, mexicana que vive en Italia hace años, comenta en Facebook que a los europeos ya les dio miedo y a ella “la evitan”. Témoris (a pesar del nombre, es mexicano) recorre la Ruta de la Seda y también comenta en Facebook: “¿Alguien sabe dónde está Uzbekistán? Pues hasta hace 3 días aquí no sabían qué onda con México. Y ahora todos preguntan si mi país se va a convertir en un megacampo de concentración (y yo me aguanto para no estornudar en público, ¡no vaya a ser que me encierren!)”.

Los aeropuertos mexicanos cada día van a tener menos trabajo, a juzgar por la cuarentena de vuelos a la que ya empezaron a someternos.

En una ciudad fantasma las calles están casi vacías porque sus millones de habitantes se esconden en sus casas, alentados a ello por el mismísimo jefe del país. Pero, paradójicamente, los supermercados están atiborrados y trabajando a toda su capacidad, porque una ciudad fantasma con miedo provoca reacciones irracionales, como las compras de pánico. En estos días es prácticamente imposible conseguir una lata de atún o de sopa, un cubrebocas, un rollo de papel higiénico, una botella de agua o un paquete de toallitas desinfectantes. ¡Tampoco hay antigripales!

Una ciudad fantasma está medio muerta. Las escuelas están cerradas, no se trabaja en las dependencias gubernamentales, no hay mucha actividad económica (restaurantes, bares, antros, pequeños comercios, están cerrados) y se canceló la cultural (cerraron sus puertas los cines, teatros, salas de conciertos, bibliotecas). Hasta los partidos de fútbol se juegan en estadios con las gradas vacías.

Una ciudad fantasma es propensa a los rumores. Eso de estar encerrado en casa todo el día no trae nada bueno... se alucina, se desatan las versiones más disparatadas: que en realidad no hay ninguna epidemia, que todo es un complot del gobierno para que nadie vaya a votar en julio (interesante mito. Me pregunto cuál gobierno ideó tan peculiar complot: ¿el federal, panista; el del Estado de México, priista, o el del Distrito Federal, perredista? ¿o será que ya hay, por fin, un pacto entre los tres partidos que más se odian entre sí?), que el gobierno oculta la cifra real de fallecimientos (otra vez, ¿cuál gobierno?) o que van a establecer el toque de queda...

Una ciudad fantasma descree. Y no la culpo, pues nuestros mandatarios, todos, han hecho de la mentira su principal herramienta. Todos los días las autoridades sanitarias informan sobre las acciones para contener la epidemia, pero pocos le creen al secretario federal de Salud o al capitalino ni mucho menos al presidente. Confiamos más en entidades multinacionales, como la OMS. Si esa organización eleva sus niveles de alerta, entonces podemos estar seguros de que la amenaza es seria.

En fin... estamos en medio de la incertidumbre. Sabemos que el virus de la influenza nos tiene rodeados, sabemos que ya ha matado a algunos paisanos (20, según el último recuento oficial), sabemos cómo se contagia. Lo que no sabemos es cuándo o cómo va a terminar ni qué efectos va a tener en nuestras vidas.

El fenómeno de ver a la ciudad de México semidesierta ya se extendió a todo el país. Ya no estoy en una ciudad fantasma. Estoy en un país fantasma.

Un país fantasma vive con incertidumbre, desconfianza y miedo. Y del miedo al pánico no hay más que un paso.

Hugo Martínez Téllez
Ciudad de México, México






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