LA LITERATURA SALVADOREÑA Y MÉXICO: UN TRIBUTO MÍNIMO*
PALABRA DE CÍCLOPE
Palacio de Bellas Artes de la Ciudad de México, fotografía cortesía de la Secretaría de Turismo del Gobierno del Distrito Federal
Al leer el título
de esta conferencia: “La literatura salvadoreña y México” en la programación de la Décimo Segunda Feria
Internacional del Libro en el Zócalo 2012 me pareció una absoluta provocación acordarse,
o cuando menos intentarlo, de los escritores coterráneos que han residido en
este solidario país y la monumental gratitud que le adeudamos.
Mucho se habla de
las migraciones de intelectuales españoles, argentinos y chilenos propiciadas
en un lapso de cuarenta años por los gobiernos de Lázaro Cárdenas hasta José
López Portillo, pero poco se sabe que
una muy buena cantidad de creadores salvadoreños se han afincado, por diversas
circunstancias y en diversas épocas, en México.
La idea original
de este texto me la regaló Carlos Cañas Dinarte y puede ser un boceto y a la vez un homenaje al
ombligo de la luna, este sitio tan querido y admirado por todos nosotros.
Planteemos entonces un ejercicio de la memoria.
Álvaro Menéndez Leal
Tengo presente a
Álvaro Menéndez Leal, el dramaturgo, narrador y poeta mostrándome unos versos
caligráficos en forma de margaritas cuando él era Agregado Cultural de la
Embajada de El Salvador en México. Admirador de Basho y cultivador del epigrama,
tenía un pequeño despacho en cuya ventana se miraba perfectamente la calle de
Campos Elíseos en Polanco.
Él fue el primer
escritor profesional que conocí a instancias de mi padre. Álvaro, al inicio, se mostró receloso e
incluso entre risas me comentó la
preocupación de mi padre de que yo vendiera enciclopedias de puerta en puerta
si estudiaba la carrera de letras. Por fortuna se equivocó, aunque quien sabe, ando
cargando mis versos pero nadie me los compra.
Fuimos amigos
hasta que un suceso nos alejó y que transcurrió cuando yo era editor de la
revista Presencia del Centro de
Investigaciones Tecnológicas y Científicas
(CENITEC) en El Salvador en la que estábamos por publicarle la obra La bicicleta al pie de la muralla.
Álvaro como autor
podía ser la migraña de cualquier editor o una patada en la entrepierna: el
dolor seco en los cojones que a cualquiera halla desprevenido y a la vigésimo
tercera revisión de su obra y cambios de puntuación discutimos muy fuerte,
jamás lo volví a ver.
Después me dedicó
un par de guiños y burlas públicas que tomé con filosofía mientras apretaba los
dientes.
Ítalo López
Vallecillos
Recuerdo a Ítalo
López Vallecillos, a quien Centroamérica le debe gran parte de su estructura para
publicar libros: UCA Editores, Educa y Editorial Universitaria. Era famoso por
su rigor literario y por haber acuñado el término de Generación Comprometida a
la que pertenecieron poetas tan connotados como Roque Dalton, José Roberto Cea
y Alfonso Quijada Urías y narradores como Manlio Argueta.
A Ítalo lo conocí
muy poco, no lo suficiente, me lo presentaron en alguna fiesta a esas de las
que asistía lo más selecto del exilio. Cuentan las leyendas negras que era un
editor inclemente con las tijeras y lápiz en la mano, de esos ya extintos.
En febrero de
1986 yo estaba fuera de su habitación en el Sanatorio Español cuando se le
escapó la vida entre suspiros, la anécdota suena a periodismo grosero o a
confesión amarillista, segundos después de su muerte las puertas de los
ascensores se abrieron y cerraron no menos de diez veces sin gente adentro.
Horacio
Castellanos Moya
Rememoro mi
última reunión con Horacio Castellanos Moya en la cafetería de la Librería
Gandhi. Estaba por escribir El asco, una
novela aceptada por las mentes abiertas y odiada por los nacionalistas y los
sectarios, como todo lo que él ha escrito.
Años antes él
había publicado La diáspora novela creada
en una encerrona de varios meses en Tlayacapan, Morelos, que tenía como
locación las entrañas de la de la Ciudad de México y que narraba los incidentes
en el exilio de la disidencia revolucionaria.
La diáspora poseía como oscuro telón de
fondo una historia de traiciones: el asesinato de Mélida Anaya Montes y el
suicidio de Salvador Cayetano Carpio, máximos dirigentes de las Fuerzas
Populares de Liberación (FPL), una de las cinco organizaciones que conformaban
el Frente Militar de Liberación Nacional.
Charlamos, sin
prisas, toda la tarde, el camino que tomaban los acontecimientos en El Salvador
en la posguerra era para alarmar a cualquiera, era triste percatarse que el
país nunca ha tenido remedio.
Horacio regresó a
México a desempeñar el cargo de jefe de redacción de Milenio Diario, acordamos
vernos en un par de ocasiones que no se concretaron.
Jorge Pinto hijo
Estar lejos de
donde uno nace y querer estar ahí y no poder regresar es el desgarramiento puro:
a nadie le dolía más el exilio que a
Jorge Pinto hijo, periodista y escritor de abolengo, autor del libro El grito del más pequeño y director del
periódico “El Independiente” al que incendiaron varias veces en las épocas de
mayor represión.
Jorge era mi
padrino de bautizo y fue durante la misa del primer aniversario de la muerte de
su madre Doña Sara Meardi de Pinto, mi madrina, que asesinaron a Monseñor Óscar
Arnulfo Romero el 24 de marzo de 1980.
Jorge fue un
apasionado interlocutor atacado por una embolia que atenuó aún más sus deseos
irrefrenables de retornar al terruño.
A Jorge le causó
un gusto enorme cuando me incorporé a Diario Latino, el decano de la prensa escrita
en Centro América que fue fundado en 1890 por Don Miguel Pinto, uno de sus
antecesores.
Jorge falleció a
principios de la década de los noventa, se hubiera desencantado por las
circunstancias actuales de su país y no es extraño conjeturar que de haber
tenido las energías hubiera refundado “El Independiente”.
César Alberto
Ramírez Alvarenga “Caralvá”
La reunión con
César Ramírez Alvarenga “Caralvá” y René Rodas, la concertó mi hermano Mario una
noche de 1987 en el bar de Sanborn’s del María Isabel Sheraton.
César traía el
proyecto de una revista literaria internacional del estilo de “Quimera” y el
machote del poemario Cuando la luna
cambie a menguante de René Rodas.
Y sucedió lo que
siempre sucede con los proyectos independientes de revistas literarias: nadie
sabía cómo conseguir fondos para publicarla, pero la plática resultó deliciosa
y a la larga produjo una sociedad que inició en el Suplemento Cultural Tres
Mil, siguió en el programa radial “Literatura Stereo” y concluyó en el programa
televisivo “Tierra de Infancia”.
Con la sensación
de escribir la historia
Bastantes autores
salvadoreños han vivido en México: Pedro Geoffroy Rivas, Roque Dalton, Rafael
Menjívar Ochoa, Ricardo Bogrand, Luis Melgar Brizuela, Rafael Lara Martínez, Roberto
Laínez, Melitón Barba, Giovani Galeas, Mauricio Vallejo Márquez, Lauri García
Dueñas y Ana Escoto, entre muchos otros.
Y es que acá se
tiene la sensación de escribir la historia: la oculta, la personal, la
desconocida, la que luego se relata o se disfraza.
* Texto leído en
la charla “La literatura salvadoreña y México” de Gabriel Otero el domingo 28 de octubre en el Foro Carlos
Fuentes de la Décimo Segunda Feria Internacional del Libro en el Zócalo 2012.
Gabriel Otero
Comentarios
pongase unos poemas de Lauri García, Ana Escoto, Rolando Reyes y de Gabriel Otero. Y de paso con bibliografia y donde se puede comprar los libros.
/Charly.