AGOSTO PATRONAL

PALABRA DE CÍCLOPE






Despertaste extrañamente salvadoreño. Lento, abriste los ojos paladeando la luz con el punzón de la patria apretujado en el costillar, como un soplo sentiste aquel calor aguerrido de media mañana cercano a la canícula. Creíste estar en el lugar en el que naciste del trópico, pero no, yacías acostado en tu cama, la de siempre, en un departamento al sur de la ciudad.   

Tú eres de la gente que se cree marcada por las sensaciones matutinas,  resucitas porque el sueño es la muerte en chiquito, y esos momentos  determinan lo que vivirás a diario en tu devenir. Antes de levantarte la nostalgia se te arrinconó entre las cejas.
     
Veintisiete años son el lapso justo para hervir o congelar las aguas de los océanos, ¿por qué hasta ahora te nacen bocanadas de recuerdos de las fiestas patronales de San Salvador? La mente suele ser caprichosa y lo amable puede parecer fantasmagórico.

Rememoras los destartalados juegos mecánicos a los que de niño te subías: el crujir de cadenas de las sillas voladoras; las nubes contempladas a su altura desde el asiento de la Chicago; la cabeza al revés en el Martillo; el revoltijo del estómago en el Pulpo o las ganas ineludibles de vomitar en el Zipper.

El agosto patronal te recuerda los meandros de gente haciendo fila para comprar churros, elotes, sorbetes, hot dogs y minutas; las lluvias huracanadas de cinco minutos, la calma absoluta posterior y el cielo obscenamente celeste.

Tampoco es anómalo, que evoques la torre y cúpula de Don Rúa observando omniscientes la verbena del Divino Salvador del Mundo, el patrono de la capital y del país, celebración que es uno de los pocos sucesos aglutinadores de todos los salvadoreños sin distingos de alguna índole.

Y es cierto que el nombre del terruño suena antitético, religiosamente hiperbólico y contradictorio por la enorme cantidad de políticos, pastores y sofistas con pretensiones redentoras generados en un territorio tan pequeño, siempre manifiestas el orgullo de haber nacido ahí.

Te acuerdas de esas épocas demacradas por el tacto de la polilla que ya se deshacen y cuentas con la precisión de que el país siguió sin ti y tú sin él.

Y guardas la maravillosa experiencia de tu vida y su destierro voluntario, aunque en estos momentos le brindes un luto silencioso a agosto y sus memorias.  
     
Gabriel Otero

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