LA FOTOGRAFÍA CON SANTA CLAUS
PALABRA DE CÍCLOPE
Gabriel Otero
Hay daguerrotipos infaltables en cualquier álbum familiar:
la pareja celebrando el ritual del matrimonio, ambos con sonrisas nerviosas y
diez kilos de menos; la mujer embarazada acariciándose la panza por las patadas
del que está por llegar; el bautismo del niño sostenido de la cabeza por aquel
compadre al que nunca más vieron; el primer cumpleaños del primogénito embarrando
el pastel en las paredes; y la tradicional del hijo sentado en las piernas del
personaje barbado vestido de blanco y rojo al que llaman Santa Claus.
Pero a veces los papás son poco o muy caprichosos, y
cuando llega la época navideña y el niño ya no es esa masa risueña de baba y
fragilidad, intentan convencerlo de posar nuevamente con el habitante estrella
del polo norte, la respuesta del infante ha sido un categórico, rotundo y
repetido “no” en entregas anuales.
Algunos niños desarrollan fobias con disfraces, botargas
y payasos que lejos de causarles risas y gracia les provocan escozor y hasta
cierto dejo de repugnancia. Otros mantienen una relación de conveniencia con Santa Claus, algo así como que creo en ti
y te envío listas interminables de juguetes porque me porto bien pero mejor
quédate sentadito en tu trineo arreando a Rudolf, el de la nariz roja, y a los
demás renos.
Mi hijo pertenecía a este último grupo, los niños infaliblemente
extravían la ilusión a cierta edad y ganan a pasos agigantados la injusta
racionalidad, y nos hacen suponer a los adultos que es cierto el cuento de las
abejitas y que a los bebés los trae la cigüeña de París.
Oh, ilusos de nosotros, que hasta hace poco tiempo
escondíamos los regalos que el generoso Santa Claus pagaba con su Master Card y
los guardábamos en las profundidades del closet hasta nochebuena, para
entregarlos a su único y mimado destinatario, tan es así que en doce años nuestro
hogar se ha convertido en una mezcla grosera de juguetería y biblioteca: Rayuela de Cortázar habita entre Woody y
el Señor Cara de Papa, y Dublineses
de Joyce reposa rodeado de autobuses a escala.
Que mi hijo crezca tiene ciertas ventajas: ahora sí,
podremos exigirle la preciada foto con Santa Claus como una reliquia de su
infancia que se aleja sobre las nubes.
Le exponemos argumentos que consideramos contundentes, el
registro histórico-fotográfico de su momentum personal; la locación perfecta
para la instantánea sería un sitio popular, nada de almacenes ni de aburridos
malls.
Queríamos un Santa Claus prieto con barba blanca, de esos
que apestan a tequila para aguantar a tanto escuincle llorón, de esos émulos de
Papá Noel que se ganan la vida con almohadones en el estómago y que bajan de
talla al concluir la temporada por el calor del disfraz.
Y un domingo nos fuimos a la Alameda Central, punto de
reunión de las damas de sociedad durante la Colonia, pero que desde hace 60
años es el lugar habitual para verbenas navideñas en el que se juntan más de 40
Santa Claus con sus sets y estudios móviles que no se dan abasto para cubrir la
demanda de las multitudes ávidas de algo más para recordar.
Mi hijo pensó que la exigencia era broma, una puntada más
de las ocurrencias de sus papás, hasta que nos vio negociar con el staff de un
Santa Claus desvencijado y subir las escaleras hacia la estructura metálica, construida
como un carruaje para nieve, al fondo en el ciclorama habían paisajes blancos
cursis y fríos con los pájaros de Bambi en las ramas y alrededor Buzz
Lightyear, Woody, Rex el tiranosaurio, Slinky el perro con resorte, la Señora Cara de
Papa, Jessie la vaquerita y Lotso el oso amargado.
Hizo el berrinche de su vida, peleó y repeló, exudó
lágrimas, fue inútil, la toma fotográfica llegaba como el amanecer para un
vampiro, el suplicio duró tres minutos, a mi me dijeron “quítese los lentes
señor para que no se refleje el flash”.
Y llegamos al infinito y más allá, al bajar nos
entregaron la imagen impresa con un calendario del año del fin del mundo, mi
hijo no la ha querido ver, ojalá esta experiencia no sea exorcizada por
terapeutas pelafustanes, que ven traumas por doquier, y se quede tal cual en el
plano anecdótico.
Por cierto, todos salimos muy bien en la fotografía con
Santa Claus.
Comentarios
te dejo un saludo de navidad
y portate bien el 2012 ques el fin del mundo segun la profesiya maya
el cipitiyo- xaviere