¿CUÁNTO DURARÁ EL AMOR?

PALABRA DE CÍCLOPE




Los amantes


El amor ostenta su condición de saciedad: nada falta y nada sobra, todo embona excelso, el cielo está ahí, los girasoles persiguen imbatibles a la luz, las abejas polinizan a las flores, el frío ya no es frío, la piel de ella está refundida en nuestra piel.

¿Cuánto tiempo durarán el ardor y la placidez? Nos importa un comino siempre y cuando no terminen hoy ni mañana, de sensaciones deleitables se nutren el alma y el cuerpo, de desasosiegos el cerebro y el vacío del estómago.

El amor supera al conjunto de soledades y todo lo sentimental, diálogo pluscuamperfecto, presente y futuro entre ella y él, comunidad intensa de desnudez, seguros estamos cubriéndonos la cabeza y el pecho, felices avanzamos para explorarnos.

Tantas maldiciones se escuchan en cualquier parte que somos únicos, ciertamente “tu tiempo se metió en mi tiempo” (1) y ya no distingo quién es qué o cuál es quién, me volviste a la vida sin morir para husmear y lamer tu sexo.

Y siento tu mirada que interroga mis delirios y quiero pensar que naciste para mí, complemento estelar ajeno a las mezquindades terrestres, estamos más allá de la insidia reptante.

Pero hay que estar conscientes que todo puede acabar, la rutina abruma la originalidad, la algazara y los reclamos mutuos hieren la confianza y al final la matan, no intentes asfixiar mi libertad porque esta es inasible como la respiración.

Sé tú sin maquillajes y antifaces, quiero ver siempre el brillo de tu rostro y escuchar tus jadeos a la hora de la carne mientras las endorfinas nos bañan de inmortalidad.

Hablemos e imaginemos que esto no tiene fin hasta que se nos marchiten los huesos, hasta que seamos idea de lo que fuimos, hasta que lleguemos al cielo o al infierno.

Eso es nuestro amor.


El amor según los diputados

A algunos, nos enseñaron que había que casarnos sólo una vez y que el amor esencial no se encuentra en cada esquina; a otros, les dijeron que los contratos son ataduras puras y que el amor no necesita amarras; y al resto, les comentaron que su pareja es como una cruz y que estoicos deben cargarla hasta llegar a reinos prometidos.

En demasía se ha opinado y escrito que el matrimonio es consagración o tormento y que la unión libre y soberana es la panacea de la soledad. Lo real es que a cada quien le corresponde su cada cual, unos encuentran su complemento repartido en varias y a las otras les sucede igual.

730 días, ni un segundo menos, durará el matrimonio según la iniciativa de ley que presentarán dos diputados ocurrentes en la Asamblea Legislativa del Distrito Federal. Borrándose así de plumazo la posibilidad de divorcio en el caso de que los cónyuges practiquen el amor serrano y se agote la miel antes de dos años.

Porque todo puede suceder después de firmar el contrato matrimonial y más si se adereza con acuerdos prenupciales de los bienes, la custodia establecida por escrito de los futuros hijos y el análisis hermenéutico al derecho y al revés de la epístola de Melchor Ocampo, cuya lectura es parte del ritual de la boda civil en México.

La iniciativa de ley atenta contra la libertad individual de separarse en el menor tiempo posible, además de estrujar con corpiños obligados los amores, en otras palabras, hoy te casas y no importa que sea en martes.

Su argumento sustantivo son los costos: un divorcio cuesta un promedio de 48 mil pesos de los cuales 21 mil pesos son sufragados por las parejas y el resto por el gobierno de la ciudad.

En 2010 en la Ciudad de México se casaron 33 mil parejas de las cuales 16 mil se divorciaron lo que significó una erogación compartida de 768 millones de pesos, cifra que es una bicoca si se compara con los sueldos, dietas, seguros, ayudas para despensa, gastos de representación, estipendios de comisiones y emolumentos partidistas de los 66 diputados.

Hoy nos queda claro que la democracia cuesta igual o más que el amor y mantener los reductos del pensamiento y brillantez legislativa también.


Diálogo

De mi todo lo que has descubierto, de ti todo lo que dices y tu trato, nos enlazan afectos profundos, dos cuerpos flotando para sí, hemos visto una luz en el otro, la voz que nos dice “ven” y a la que obedientes seguimos.

No somos comunes, no formamos parte de las decenas de miles de divorcios al año en México, digo, esos baches hay que sortearlos a diario, llevamos casi dos décadas de conocernos, el renovar la confianza y reinventarse, el evitar chantajes y manipulaciones.

Yo te quiero libre, determinada, si quieres puedes regresar a mí a cobijarte en estos brazos llenos de hoyos, a recibir el aliento de la tierra que palpita, a contemplar al cielo raso que nos espera.

Nos casamos bajo las leyes del hombre y los preceptos de la secta de la oblea, curiosa manera de llamarle así a la hostia, ese ente perniciosamente divino que dicen purifica: ¿será que el pecado nos hará mejores?, como si necesitáramos ir al templo todos los domingos, la iglesia es la mejor fábrica de ateos, ahí sacrifican al cordero en pensamiento, palabra, obra y, la sempiterna, omisión.

¿En quién creer? En nosotros, en la libertad incondicional que nos hace volver el uno para el otro con mayor convicción que ayer o que hace un momento.

Cualquier dogma es insulto a la inteligencia, el amor ideal no existe ni tampoco la sobrevalorada fidelidad, el sexo electivo es placentero y el reproductivo obligación. Nos han querido imponer falacias que se deshacen al contacto.

Anduve hurgando la etimología de “matrimonio”, la palabra es herencia del Derecho Romano que consideraba la sumisión de la Mater al Pater para que sus hijos tuvieran legitimidad, el concepto es lapidario, una loza demasiado pesada e injusta para ti y tus congéneres.

Tú no eres mía ni yo soy tuyo, el contrato que firmamos nunca habló de adquisiciones, ¿para qué limitarte y amarrar tus sueños?, ¿quién soy yo para determinar lo que hagas o lo que dejes hacer?, mejor acompañémonos en el camino con la certidumbre de que algo habrá detrás de los cerros.

Y nada ni nadie puede allanar este diálogo íntimo, asunto de dos, lucha diaria entre dos seres que se comen y se poseen olvidándose de la gente que los mira.


La luna y los amantes

Hoy la luna está más cerca de la tierra y la marea azota con furia los deseos, los amantes se devoran más que antes, esta es una noche donde navegan las intensidades.

Hoy la luna brilla diferente, la vemos blanca pero es gris y a veces amarilla o naranja, son los artilugios de la óptica, la luz del sol embrocándola como espejo.

Esta luna es insoportablemente intimista, luna susurrante, luna invocadora, luna cómplice, luna sólo para ser ella misma.

Esta luna no tiene memoria pero es fisgona, se asoma por la ventana para ver la desnudez de tus piernas y, acaso, robarte descarada tus rubores.

Esta luna necesita calor para abrigar su lado oscuro, se parece al amor que siempre tiene algo oculto: la locura catapulta, la locura ilusión, la locura sombra, la locura lugar común que todo lo cura.

Esta luna es clara faz de lo que no miente, te vi a los ojos y supe descifrarme en tu dulzura, llegaste a ser verso y a calmarme los arrojos.

Esta luna viene callada y se va ruidosa, llena de lunares y aliteraciones, onomatopeyas de roces rojos y orgasmos inundados, luna es una hasta que llegue el alba.

Y, junto al sol, la luna estará lista para no ser vista pero los amantes ansiosos pecarán de exhibicionistas y no sabrán de crepúsculos y oscuridades.

Y, durante el día, la luna se henchirá de cielos azules y nubes, se disfrazará serena en este lado del mundo para inquietar y alumbrar a otros mares y cuerpos lejanos.

Hoy la luna está más cerca de la tierra y los amores, luna cursi, luna miel, luna hiel, luna sola, luna resistiendo al universo que se expande, luna, simplemente luna.

(1): “Que ya vivi que te vas” de Silvio Rodríguez.


Gabriel Otero

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