MANUAL DEL SEDUCTOR

PALABRA DE CÍCLOPE


Báñate antes de tirarte al ruedo

Piensa que las mujeres son únicas, cada una es diferente, intuye ¿qué más resta o suma por conocer?, ayúdame, escribamos juntos, Don Juan y Giacomo Casanova nos acompañan, son sombras trémulas, consejeros generosos que bebían chocolate antes y después de hacer el amor.

Las mujeres son la suma de todas las exquisiteces, invención divina infartadora, figura pletórica de redondeces amables, vemos sus senos bamboleando mientras caminan, su mente es un callejón profundo del que jamás salimos.

Ellas mandan, nunca creas lo contrario, el papel de proveedor es ilusorio, no te resistas déjate llevar por la ternura y la cachondería, contémplalas y sobre todo compréndelas.

Báñate antes de tirarte al ruedo, sólo se apesta siendo cadáver, olvídate de la vieja máxima de que siempre hay un roto para una descosida.

Acéchalas pero no las asfixies, absorbe su tibieza, el aroma de su cuello, bésales las manos agradecido, pretendemos ser evocados como algo plausible de recordarse.

Desecha los mitos, no te servirán de nada, si se acarician el cabello es por innata coquetería, no es para llamarte y tener sexo contigo, si te sonríen es por amabilidad, ellas escogen con quien aparearse, por eso conviértete en la primera opción de sus feromonas.

Habla con ellas con los ojos y las manos, evita la cursilería, las mujeres te harán caso en la medida en que tu conversación sea diferente, sedúcelas por la piel y las neuronas, que el interés sea mutuo y no desmedido.

Si hay empatía será un chispazo, si no vete a la siguiente. Se sincero y no alardees, la mentira es para los torpes y necios, los que siempre cuentan lo mismo y siguen igual.

Nunca seas un libro abierto, los finales felices aburren, herédales la duda de tu palabra muda la que les dice cosas que nunca oirán.

No trates de dominar su temperamento, haz mutis cuando se pongan necias, eso sucede con cierta frecuencia cuando se sienten manipuladas.

Las mujeres no son demonios sedientos de carne pero están llenas de deseos que nos aseguran la perpetuidad.

¿Y ellas qué quieren?

Lee la Biblia y el Corán de las frivolidades, o sea Vanidades y Cosmopolitan, publicaciones en las que mujeres dan cátedra a otras mujeres sobre lo trendy, lo retro y lo charm.

Ahí sabrás cómo ellas te tendrán atado a su sexo, eso es lo clásico que nunca pasa de moda, ahí averiguarás como hacerla feliz con esos pequeños y románticos detalles de cenar a la luz de las velas con olor a sándalo y si te alcanza el presupuesto las harás sentirse diosas obsequiándoles un reloj Bulgari o un vestido Channel.

En esas páginas te enterarás que ellas quieren el resumen ejecutivo de lo diverso, todos los hombres en uno solo: un hombre cursi por horas para que no las aburra, nada más un poco de miel porque empalaga; un loco impredecible que las divierta, aquel que detiene el tráfico en horas pico y se tira a una avenida principal como Insurgentes o el Boulevard de Los Héroes sólo para decirles que las ama.

También necesitan un doctor, de preferencia ginecólogo de dedos largos, que sepa la ubicación del mítico punto G y el ritmo exacto de su ovulación para concluir en la copula; quieren, además, un tipo brillante que les enseñe física cuántica y les explique la teoría de la relatividad; un sensible artista que les muestre otra percepción de la vida; un guapo por el que babeen pero que no hable por narcisista; un hombre solvente que las consienta pero que no las compre; y un semental cariñoso que no se duerma después del sexo.

Pero eso no es todo, si las llevas a bailar, más te vale personificar el encanto de Fred Astaire, la sonrisa de Gene Kelly, la elasticidad de Mikhail Baryshnikov, la originalidad de Michael Jackson y lo latino de Chayanne y que te olvides del slow slow quick quick slow de tus clases nocturnas de danza.

La imaginación de ellas es insaciable, quieren creerse protegidas con alguien que tenga pectorales y bíceps monumentales, cerros de músculos como acorazados y ellas en medio acariciando ese estómago de lavadero generado a base de pesas y esteroides.

Y a la hora de llorar, requieren de un confidente no afeminado, un sicólogo de cabecera conocedor del lenguaje femenino el que interpreta que el no es si y que el tal vez es no.

Y si vas de compras con ellas, solicitan un testigo mudo, ármate de valor y entrena para el maratón, corre cuando menos una hora diaria, irás hacia un rumbo totalmente incierto, porque si ven ropa se probarán todo sin que algo les satisfaga.

Eso es una ínfima parte de lo que ellas quieren, es tan sólo un lunar en su universo.

Voulez vous coucher avec moi?

Tanto que las miras y tanto que se te niegan, la timidez te hace temblar al acercarte, ellas huelen tu miedo, lo perciben a leguas, envalentonadas se pasean frente a ti diciéndote que veas lo que no has de tener como las aguas del río que corren.

Exhibiste lo peor, lo que no le debe suceder nunca a un hombre: ventilar ante ellas tu inseguridad, un lujo no permitido en algo similar a la persecución, “cacería” la llamarían los misóginos, ingenuos ellos porque al final el trofeo es uno.

Los triunfos repetidos se cimentan en el autocontrol, la confianza ciega que uno tenga en si mismo, grábate en algún lugar de tu conciencia que las mujeres nos han legado la gracia de resguardarlas.

El primer rival a vencer es el que se ve a diario en el espejo, a ese hay que exorcizarle los demonios y devorar sus limitaciones, no te frustres, hay mujeres de otras galaxias a las que nunca viajarás.

¿Cómo llevarlas hasta donde uno quiere sin meterse en el laberinto?, a algunas les encanta el cortejo y creer en la fábula de la liebre y la tortuga, el proceso atosiga cuando la somnolencia golpea al deseo, hay que aliarse con ellas y sembrar filiaciones de roble.

Otras dan una probadita del paraíso, asumen el poder milenario del erotismo, algo que es exclusivo de ellas, libres de prejuicios vuelan siendo genuinas, uno se enamora de su locura, regalan su vértigo a quien quiera hacerle cosquillas a su propia muerte.

Las otras dan besos a todos en los labios, la asamblea del traspaso de salivas, con ellas nos regalamos amor a cada momento, sin dudarlo, nos despojamos de nuestra piel para cobijar su desnudez.

Lo mejor es descubrirlas, desenmarañar sus velos, esconderlos en el misterio, seguir su juego sin fingir, ¿quieres acostarte conmigo?, claro, sin dormir afirmamos.

Tal vez, responden ellas, hay que probar tu sustancia, replican convencidas mientras mascan chicle.


Gabriel Otero

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