ONCE AÑOS
GABRIEL OTERO
Once años. Como si nada pasaron once malditos años. Vivimos la
cuarentena en la Ciudad de México entre
abril y mayo de 2009 cuando el virus H1N1 se convirtió en vergonzosa materia de
exportación, la llamada influenza tipo A que causó la primera pandemia del
milenio.
En once años, algunos nos perdimos en nuestras vidas cíclicas, nos
encerramos bajo siete llaves y las tiramos al fondo de una fosa abisal. Todo
cambió en once años. Nos volvimos silenciosos, solitarios y respetables, las
redes sociales se convirtieron en mirillas por las que vimos a cualquiera y a ninguno,
una masa difusa y gris digna de cualquier miopía.
Ahora todos hablan y gritan, no se distinguen las voces falsas de las reales,
surgieron influencers y opinadores por legiones, los principales comunicadores
mintieron y se prostituyeron, tanto que sobrepasaron al desprestigio, algunos
llegaron a ser presidentes y se exiliaron, hoy es la inundación de la idiotez.
Un tuit es esencia de verdad o estupidez llana, hay países grandes y
chiquititos cuya gobernanza es a través de breves caracteres, por un tuit se
cierran fronteras, por otro se declaran guerras comerciales y por el último se
habla con Dios en clave Morse.
Y hoy estamos en otra cuarentena, esta es global, eclipsada además por una
crisis mayúscula de credibilidad, algunos creen en el arribo inmediato del
apocalipsis, otros son expertos en conspiraciones y declaran la Tercera Guerra
Mundial, los más son epidemiólogos y vaticinan que el coronavirus no se
expandirá en el trópico.
Once años después, en México nos han invitado a guardar la sana distancia y
en la capital se han visto expresiones contradictorias: escapularios y
efusividad presidenciales a prueba de todo virus hasta el miedo acaparador de
papel higiénico, salsa para espagueti y chiles jalapeños.
Y personajes carismáticos exclaman: “detente virus del demonio porque tengo
mi billetito de dos dólares en la cartera para protegerme de cualquier recesión”.
Y no hay en quién confiar, todos los días hay conferencias de prensa con
los expertos de la Secretaría de Salud que pregonan calma ante el tsunami de la
pandemia.
Y aquí no pasa nada porque lo que no mata endurece.
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