LA BELLA DURMIENTE
Ineptitud aniquila perseverancia, hay cosas para las
que uno, en definitiva, no nace. Por más que se intenten vencer las
inhabilidades, éstas se erguirán victoriosas recordándonos que es mejor darles
la espalda para no caer en abismos de frustración.
De niños nos siembran la idea que los imposibles son
montañas escalables, vaya, cualquiera puede ser astronauta, piloto, actor,
futbolista, cantante o presidente. Aunque esta última profesión ha sido devaluada por el cretinismo progresivo en la
que es suficiente dibujar bellezas con la lengua o convencer de que el paraíso
está en cada esquina.
Vorágine de reflexiones y sentires, hace 43 años a mis
maestras de kínder se les ocurrió acercar a sus alumnos al fenómeno artístico y
hacerlos partícipes de una obra de teatro: la versión libre y tropical de “La
Bella Durmiente”.
Los actores éramos infantes, que hacía muy poco
habíamos dejado de babear, a los que obligarían a aprenderse las líneas más
significativas de la dramaturgia.
Yo no sé si fue el azar o un presagio funesto que me
escogieran como el príncipe, el que despertaría a la princesa y al reino de su
maleficio por lo que me exigirían asimilar experiencias ridículas y no aptas
para un niño de esa edad como darle un beso a la princesa o vestir pantalones
cortos bombachos, mallas blancas y camisa manga larga de colores rimbombantes.
Mi linda madre entusiasmada por el protagonismo precoz
de su hijo se esmeró por caracterizar el papel de príncipe y mandó a
confeccionar vestuarios especiales para la ocasión que me parecieron espantosos.
Imposibilitado para negociar mi inevitable rol estelar,
de nada sirvieron llantos y berrinches, mi suerte estaba echada para que la
obra se estrenara un sábado a las dos de la tarde en medio del veraniego calor
canicular de San Salvador.
Y entre hadas, reyes, reinas y el “aaay que lindos” de
mamás y papás y la ternura ocasionada por nuestro miedo llegó el momento de
despertar con un beso a la blonda y exquisita princesa.
Casi me orino del susto, besar a una niña teniendo
cuatro años es una experiencia extrema y lo es más vistiendo unas mallas
grotescas.
Comencé muy mal mi carrera actoral.
Gabriel Otero
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