CONVERSATORIO PARA RECORDAR A MONSEÑOR ROMERO
PALABRA DE CÍCLOPE
Cuando la Embajada de
El Salvador en México, a través de su Consejero en Asuntos Culturales, Rolando
Reyes, me invitó a participar en este conversatorio me sentí honrado y a la vez
depositario de una enorme responsabilidad.
La proyección del
documental “El cielo abierto” y estas breves palabras son un homenaje para
recordar a Monseñor Romero, un personaje emblemático de El Salvador: el pastor
que después de 32 años de martirio sigue siendo la voz de los tristes más
tristes del mundo (1), la voz de los que
no tienen ni tuvieron voz.
Su palabra plasmada
en homilías adquiere una vigencia portentosa y es el compromiso de amor de un
guía espiritual con su pueblo y supera cualquier intento de manipulación
ideológica, tan de moda durante la guerra y tan añorada en la paz.
Me llamó la atención esta
homilía proclamada en el funeral del padre Alfonso Navarro el 12 de mayo de
1977 y que pareciera hubiese sido escrita para ser dicha en una misa dominical
de 2012: “…unámonos todos para hacer de nuestra
patria, una patria más tranquila en que no haya tanta desconfianza de unos
contra otros. En que no andemos huyendo como si estuviéramos en una selva
salvándonos de las fieras. En que vivamos de veras como hermanos, si no por la
fe en una resurrección en Cristo, al menos por un sentido nacional; al menos
por un sentido humano; por un sentido de fraternidad”.
Penosamente,
en El Salvador matar curas y monjas por considerarlos comunistas se convirtió
en una costumbre rayana en la locura y en la estupidez. Durante doce años entre
1977 y 1989, militares a la luz del día y escuadrones de la muerte cobijados
por la noche asesinaron a religiosos siendo Rutilio Grande, Alfonso Navarro, Oscar
Arnulfo Romero, las monjas Maryknoll y los padres jesuitas los crímenes más renombrados,
pero también sacrificaron a muchos desconocidos cuyas obras son recordadas en
silencio en caseríos, comunidades y
poblaciones.
Monseñor Romero no
era el cura rojo, imagen que algunos sectores conservadores pretenden y alientan
ver, ni tampoco pueden ocultar su gigantesca estatura moral, a él sin ser santo
lo llevamos a todos lados en ese sitio reservado y personal en el que nos
palpita la vida.
Su bondad residía en
la predica absoluta del evangelio porque “Dios es el Dios de Jesucristo. El
dios de los cristianos no tiene que ser otro, es el Dios de Jesucristo, el del
que se identificó con los pobres, el del que dio su vida por los demás. Nadie
está condenado en vida; sólo aquel que rechaza el llamamiento del Cristo pobre
y humilde y prefiera más las idolatrías de su riqueza y de su poder”(2).
Aún hoy, hay
que tener mucho valor para decir esas palabras desde el púlpito, cuando los
antivalores son los demonios que habitan en las mismas iglesias entre rojos
cardenalicios, estolas púrpuras y vestimentas blancas.
Si
Monseñor Romero viviese estaría a cinco años de cumplir su primer centenario y
seguramente repudiaría todas las componendas y taras cotidianas entre los
partidos políticos en El Salvador, y le causaría una profunda tristeza que más
de 70 mil muertos generados en la guerra
civil hubiesen contribuido a arraigar aun más la injusticia.
Nos hace
mucha falta Monseñor Romero, nadie como él para señalar nuestra crasa
inhumanidad y la insensibilidad reinante en nuestros egos porque existimos por
y para nosotros y hemos olvidado los principios básicos de la convivencia.
Después
de veinte años de la firma de los Acuerdos de Paz la hipocresía continúa
asesinando a puñaladas a la solidaridad y el odio persiste y aunque ya no nos
matemos deseamos como mínimo el infortunio del otro.
Incapaces
de reconciliarnos rebotamos de trienio en quinquenio y “llega a tan alto grado
el sectarismo de la organización idólatra, que le impide establecer diálogo y
alianza con otro tipo de organización también reivindicativa. Si en esta hora
los salvadoreños buscan por diversos caminos la salvación de la patria, ¿por
qué querer aferrarse a sólo mi caminito y no querer entrar en diálogo y en
negocio con los otros caminos? ¡Entre todos podemos encontrar la solución!.”(3)
La
esperanza morirá cuando se apague el sol, las homilías de Monseñor Romero son
un manantial de reflexiones, de nosotros dependerá que éstas se queden para ser
leídas y recordadas en homenajes o aplicadas en nuestra vida cotidiana.
Que sus
palabras nos sigan llenando de luz.
___________________
(1) Versos de “Poema de Amor” de Roque Dalton
(2) Homilía de Monseñor Oscar Arnulfo Romero del 27 de mayo de 1979
(3) Homilía de Monseñor Oscar Arnulfo Romero del 4 de noviembre de 1979
Gabriel Otero
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