ACAPULCO
VITRAL A la memoria de la tía Aída y por supuesto para el primo Luis Ayer Dos de la tarde en Acapulco, la casa se llenaba a olor de pay de manzana mezclado con el salitre de la brisa, el calor sofocaba y cualquier sombra era bendita, la tía Aída, menuda y pequeña, levitaba vaporosa con las manos llenas de harina, en unos minutos vendrían del restaurante Red Beard por la producción diaria de pays. Era una tarde como todas las de verano, de las muchas que viví en la bahía, el primo Luis, mi mentor en los vericuetos de la costa, se apresuraba a enfriar los pays porque habían visto buenas olas en Playa Hornos y surfear era el acto reflejo obligado. En las mañanas íbamos a Playa El Revolcadero, nunca me atreví a surfear, pero sí lo acompañaba a nado para alcanzar el oleaje. Como aprendiz de costeño, le aguantaba el ritmo al primo nadando hasta las boyas, era en lo único, me insolé en un par de ocasiones, el agua de mar me tapó los oídos otras tantas, me bañaba en repelente para los mosquito...